Una mujer de dos pieles
Corre la mujer, respira profundo, con ligereza se mueven sus piernas, brazos y caderas. Recibe en su rostro caricias que el aire le regala, ella agradece y cierra sus ojos para dejar que sólo su piel y cuerpo sientan al máximo. Un aire fresco, lizo, suave dibuja en su rostro una sonrisa, un placer que desemboca en un estar más presente que nunca, en ese trote, en ese caminar.
Iba descubriendo como su cuerpo, su piel, expresaban un placer, un bien estar que la llevaba a regocijarse con ella misma, a sonreír y a sonreírse. Sentía con mayor profundidad y sensibilidad su presente, se observaba y notaba como su mente la llevaba al pasado, presente y futuro y en este al final se daba cuenta cuan creativa era ella y cuanto de eso que veía era mas de sus antecesores y esquemas sociales que lo que realmente ella estaba y deseaba tener; todo le evocaba mil y una cosa: tristezas, alegrías, añoranzas, amores, familia, sueños, esperanzas… en alguna de esas ocasiones, meditando, recordó lo que su gran amigo le dijo entre conversaciones, que éramos un universo lleno de posibilidades y que nosotras al pensar en el futuro, al intentar construir un futuro nos arriesgábamos a limitarnos. Su tarea era seguir sintiendo y viviendo el presente como el todo, como el único quizás.
Le encontraba más sentido a su vida nocturna, ella decía -en la noche seguimos viviendo, sólo que desde el sueño-. Los sueños nos dicen, nos hablan de nuestra vida, de nuestro estar en este mundo. Entonces cada noche, al recostarse, al cerrar sus ojos y pronunciar a sus adentros y decirlo en voz alta -vida qué me dirás ahora, quiero estar lúcida y presente en el sueño- en su rostro surgía una mueca, una sonrisa; continuando entonces a seguir recorriendo la vida.
Notó que estaba viviendo con dos pieles, terca siempre intentaba ponerles nombres a las cosas, a las sensaciones que surgían dentro de ella, pues muchas le parecían desconocidas. El descubrir esa sensación de tener dos pieles, era cuando recordaba como se había sentido estando en ese lugar, con esas personas, de pronto se enteraba que lo que había hecho era lo que más le enojaba o disgustaba ver en otros y otras; ella estaba observándose, se dedicaba a atender sus emociones, su sentir. Por supuesto que en ese distinguir su actuar estaba su lenguaje, su decir.
Le gustaba, lo hacia de manera casi natural el observarse y observar por ejemplo como algo muy conocido por ella lo hacia parecer casi desconocido, por ejemplo las calles que a diario recorría lo hacia sabiendo que eran sus partes preferidas más no por ser el camino más corto; siempre decía que al tomar sus decisiones de por dónde irse estaba por delante la alegría y placer que le brindaba el entorno, lo que se podía ver del cielo, de la gente en sus calles.
Esa doble piel se diluye, se funde en una sola mujer, que cada vez que mira al cielo, que mira a sus deidades como el sol y la luna, su piel se estremece...